viernes, 19 de diciembre de 2008

Ginés Liébana, entre imágenes


Ginés Liébana, entre imágenes

Lo que más me impresionó del poeta y pintor Ginés Liébana (Jaén, 1921), al conocerlo en Verines en Septiembre del año pasado, fue su interés por la palabra, su obsesión por los neologismos de su invención, su genuflexión ante el singular y su persecución implacable en contra de los plurales. El plural es burdo, diluye la esencia, vulgariza la expresión, me decía insistentemente. Luego, con mi libro en sus manos, rehacía mis poemas sustituyendo los plurales por el singular, cambiando de sitio los adjetivos, mutando mis palabras, destrozando mis escritos, rehaciendo los poemas. Yo lo dejaba hacer, sin atreverme a llevarle la contraria, pues se ensimismaba en el oficio que decidió asumir, en un taller de poesía exclusivo para mí.

Durante las intervenciones, sacó sus acuarelas y se dedicó a pintar, sin perder ni un ápice de lo que decía el ponente de turno. A su lado, Juan Carlos Mestre, también como Don Ginés pintor y poeta, hacía lo propio.

Perteneció al Grupo Cántico, de Córdoba, ciudad en la que residió desde su adolescencia. Luego, escapa del Franquismo y recorre el mundo, viviendo en diversas ciudades: París, Río de Janeiro, Lisboa, Venecia. De dichas ciudades rememoraba con especial cariño su estada en la metrópolis brasileña. A su regreso a España, se radica en Madrid, donde actualmente vive. Su casa es taller de la imagen plástica y de la escrita.

Entre sus libros mencionamos los siguientes: Bye, bye, lágrimas, La tarde es Paca, Donde nunca se hace tarde y La equis mística.

Del poeta me llevo en el recuerdo su afición y su respeto por la palabra, sus pareceres sobre mis propios poemas; del pintor, una acuarela que me obsequiara como agradecimiento por haberle dejado mi libro; del hombre, su bonhomía y sus ocurrencias.

De su última publicación, extraemos el siguiente poema:


INCISO DIDÁCTICO

Ante la temblorosa incertidumbre no me dejo ver.


Me vuelvo, me desvelo de mí,

nutrido de abrasante espera.


No levanto ni un terrón del suelo.
Me arrastra un duende-niño.


Con temblor me arriesgo a que el aire elegido

pierda compostura.

La puerta de bronce cede a la estampa temprana de tu boca.


Poema: Ginés Liébana

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